Hacia la reproducción y proliferación del germen de la paz


Hacia la reproducción y proliferación
del germen de la paz

 
 Hasta el momento son 926 los esparcidos y 247 los que tengo en reserva. Estas cifras corresponden a mi producción del libro en miniatura que he titulado Canción del germen de la paz y otros sones de Fuji Teivo. Mide siete por cuatro centímetros y tienen solo 24 páginas, pero su encuadernación en tela es auténtica (¿?) y a primera vista podría pasar por un amuleto tradicional japonés. Le he dado esa forma para que no resulte fácil deshacerse de él. Contiene tres canciones: “La marcha del pueblo nuclear”, que remeda la famosa canción militar Trigo y soldados y otra titulada “Carpe diem”, además de “La canción del germen de la paz”, que da título al librito y a la que ha puesto música Yoshihisa Suga.

 Al principio no era más que una broma, pero conforme iba avanzando me lo iba tomando más en serio. Cuándo se me ocurrió eso del germen de la paz es algo que empezaría ya a desvanecerse en el mar del olvido si no fuera porque tengo mi blog Monodiálogos, muy útil en estos casos, que vengo escribiendo desde 2002, año en que, dejando mi empleo dos años antes de la edad de jubilación, me vine con mi esposa, con una perra enferma y cuatro gatos de los de criar fuera a Minamisōma, donde vivía sola mi madre. Según veo en mi blog, la expresión “germen de la paz” nació un año después, el 16 de febrero de 2003, como una salida airosa a la frustración que me producía no poder ir a las manifestaciones ni participar en ningún movimiento cuando en el país se elevaba un clamor en contra de la guerra.

 Pero digámoslo sinceramente: la pluma no es en absoluto más fuerte que la espada. Y aun así, a pesar de ello, podría competir con esta en tenacidad. Y no deja de ser posible que, en el momento y lugar que uno menos espera, como si de una bomba de tiempo se tratase, llegue por sí misma a su punto de ignición, explote y como un fuego que se propaga incontenible demuestre de golpe todo su potencial. Aunque también puede ocurrir con ella lo que ocurre con el bacilo del ántrax, que espera inmóvil el “momento” en la esquina de alguna amarillenta hoja de un bloc para cartas o de un viejo libro.
 Los manifestantes y los activistas se cansan y se duermen, pero este germen de la paz no detiene nunca su actividad reproductiva. Este germen de la paz que rezuman la repugnancia de uno mismo, la sensación de impotencia o las esperanzas y expectativas que se niegan a esfumarse es un germen tímido, que rara vez se expresa con rotundidad, o que, en realidad, nunca lo hace. Porque, sin ser Unamuno, sabe lo infructuoso que es croar y croar como una rana aquello de “paz, paz, paz…”.
 Por eso, quizás resulte más eficaz colar este germen disimuladamente entre el saludo y el asunto del que hablamos, que esparcirlo ampulosamente desde la tribuna. Más que entregarlo de frente, buscándole la mirada al otro, tal vez convenga dejarlo caer sobre su pecho al cruzarnos con él, con los ojos puestos en cualquier lado. Lo importante es, pues, poner en práctica día a día, con paciencia y resolución, un método respiratorio para expeler el germen de la paz, como esas embarazadas que tratan de aprender el método respiratorio de Lamaze”.

 Echo mano primero de un ejemplo de lo más inquietante, el bacilo del ántrax, y al final trato de salir del apuro trayendo a colación el método Lamaze, un poco ridículo todo ello. Pero es que entonces no tenía una idea demasiado clara sobre la naturaleza de ese germen de la paz. Y que, de golpe, este germen quedase asociado con ese enigmático ser que llamamos en Japón keseran-pasaran, fue fruto de la casualidad. Fue en la noche del 14 de febrero del año siguiente al que sufrimos el accidente nuclear, es decir, nueve años después del descubrimiento (¿?) del germen, cuando, habiendo recordado de pronto el magnífico haiku del escritor Kureo Manabe: “Haru fukaku / keseran-pasaran / zōshokusu” (Entrada la primavera, keseran-pasaran, se reproducen), hacía búsquedas y más búsquedas en Internet. En mi blog Monodiálogos quedó plasmado de esta manera:

 Me acosté después de haber estado leyendo artículos y otras cosas sobre el tema, así que el centro de fantasías de mi cerebro estaba intensamente estimulado. Y me monté una fantasiosa historia que en pocas palabras viene a ser algo así: que era precisamente el keseran-pasaran lo que yo venían llamando “germen de la paz” (…) y que keseran-pasaran no era otra cosa que dos frases comunicadas a los japoneses por los bateren, los “padres” misioneros españoles del siglo XVI: “qué serán”, “pasarán”, que vienen a significar “¿qué ocurrirá?”, “pasará lo que tenga que pasar”. Es decir, que aunque la situación se esté poniendo escatológica, aunque tome un fuerte cariz trágico, lo que debemos hacer es concentrarnos en lo que está ahora en nuestras manos (aplicarnos a ello seriamente), encomendando al Cielo nuestra suerte. El deseo así expresado de aquellos sacerdotes y de aquellos creyentes se volatilizó en el aire y, con el tiempo, cristalizó en forma de esa pelusilla algodonosa que se esparció por los cuatro puntos cardinales. Y ahí tenemos revelado el misterio de lo que ahora llamamos keseran-pasaran.

 El tema del nacimiento del germen de la paz quedó con esto explicado, pero hasta ahora no he dicho una palabra sobre el método de reproducción ni sobre su “eficacia médica”. Desde mi punto de vista actual, este germen de la paz es la cristalización de mi forma de ver las cosas ahora que me acerco a los 77 años, o, dicho ampulosamente, es toda mi filosofía y visión del mundo. Pero decir eso es como no decir nada, así que voy a tratar de explicarlo con la máxima objetividad (¿?).

 Para multiplicar el germen de la paz, hay que empezar, siempre que se tenga ocasión, por recordar y reafirmarse en estos tres fundamentos, con los que todo el mundo estará de acuerdo.

  1. Mantener bien bajo el centro de gravedad del alma. Japón va hoy en día a la deriva, los pies no nos llegan al suelo, ciento y pico de millones de personas dando tumbos por la vida. Hay una total falta de firmeza y estabilidad en la esfera política, en los medios de comunicación y, lo que es más triste, también en los círculos educativos, por no hablar ya de lo que ocurre a nivel individual. El novelista Juan José Millas y el artista plástico José María Sicilia, dos españoles que visitaron mi casa después del gran terremoto, diagnosticaron a Japón como “el país del más allá” el primero y “un país llamado accidente” el segundo. Es decir, el país del accidente, perdida ya su esencia o sustancia, un país de realidad enrarecida o difusa, como el País de las Maravillas de Alicia.
    ¿Por qué será que los japoneses de la primera posguerra que recoge en sus películas el gran maestro Yasujirō Ozu, siendo tan pobres, eran al mismo tiempo tan bellos y tan decorosos, o al menos lo parecían? La respuesta está en que Ozu ordenó acortar las patas de los trípodes que sostenían las cámaras, de forma que las tomas se hicieron desde un punto más bajo. Sea como sea, lo cierto es que colocando bien bajo el centro de gravedad a uno no lo arrastran así como así y además se tiene una imagen más real de las cosas.

  2. Saber mirar todas las cosas retrotrayéndolas a su estado de generación. Es decir, aceptar la cruda verdad de que todo tiene un principio y un fin. Por ejemplo, el estado moderno es algo transitorio que a lo sumo tiene unos pocos siglos de existencia, algo que no va a durar eternamente en su forma actual. Los problemas fronterizos, por supuesto, podrán llevarse al Tribunal de Justicia Internacional de La Haya, pero al final la sentencia que se obtenga dependerá siempre de cuál sea el momento de la historia que se tome como punto de partida. Pese a esto, Japón y el resto de los países siguen enzarzándose en estúpidos conflictos, incapaces de desprenderse de esa imagen del estado que se ha venido manejando, y que está ya obsoleta.

  3. Poner cada cosa en el lugar que por naturaleza le corresponde, aplicándole correctamente las leyes de la perspectiva. Muy en particular, al ser humano no se lo puede reducir a cifras ni a símbolos, el ser humano tiene que estar ahí, siempre, a escala natural. En la educación actual se pretende que el alumno sea unas calificaciones y la Administración pretende etiquetarnos a los ciudadanos con una numeración única para tenernos bien controlados. No habrá que decir que la guerra no es más que hacer del otro país el objeto de nuestro odio (en Japón usábamos el insulto de kichiku beiei, “bestias anglosajonas”) y minimizar a tal punto al ser humano que se convierta en un punto (de mira).

 Si tenemos estos tres puntos básicos bien grabados en el corazón, veremos cómo, con pasmosa facilidad, las autoridades y consideraciones políticas de pacotilla quedan relativizadas y acaban mostrando su verdadera cara. Y aparecerán ante nuestros ojos en toda su necedad y también en toda su peligrosidad esos políticos que, estando todavía como estamos tan lejos de haber resuelto el accidente nuclear de Fukushima, tratan ya de reactivar otras vetustas centrales del país, promueven la exportación de la tecnología nuclear a otros países y traman corruptoras reformas de nuestra Constitución, que es la verdadera cuerda salvavidas del Japón pacífico que tenemos hoy en día. Claro que, por pura higiene mental, además de enfadarnos ante estos hechos y situaciones, de vez en cuando conviene también saber reírse de ellos y mandarlos a tomar viento. Yo, cada vez que veo en la televisión al primer ministro caminando hacia su despacho le espeto en el dialecto de Sōma un “kidottetto, hore, kettsumazuku zoooo!” (¡no vayas tan tieso, tú, que te vas a dar un buen tropezón!). A mí este hombre me parece un impostor.

 De todas formas, lo que, si nos detenemos a pensar, es realmente inquietante y raro, es que después de las noticias sobre el accidente nuclear y sobre guerras y conflictos vengan los informes sobre la situación de los mercados de valores. Deberíamos ir dándonos cuenta de que, si aceptemos esta sucesión como algo perfectamente normal, es porque nos está afectando ya la enfermedad de la “modernidad”. Porque, ¿no es verdad que el mundo ya no se rige (esto también es algo de los últimos siglos) por los deseos de felicidad y de paz, sino por la especulación? Emulando a los humanistas del Renacimiento, que como la actual fue una época de grandes alteraciones, yo me resuelvo a lo siguiente: el mundo podrá estar efectivamente loco, pero yo me niego a resignarme a que tenga que ser así.

(Publicado en el número de octubre de 2016 de la revista Seien, órgano oficial de la Fundación Shibusawa Eiichi)